Me las arreglaba para mantenerme en forma y sana cuando era más joven. En la universidad, nada me gustaba más que ponerme un bikini e ir a la playa con mis amigas.
Aún recuerdo a todos los chicos “mirando” en mi dirección.

Aunque actuaba como si me molestara, puedo admitir que recibir toda esa atención extra me hacía sentir realmente bien.

Nunca imaginé que, al hacerme mayor, echaría de menos los “buenos tiempos” en los que los chicos se me insinuaban.

Pero ahí estaba.

Mi matrimonio ya no tenía el “fuego” de antes. Dejé de tener “intimidad” con mi marido. Él pensaba que ya no me atraía.

Pero en serio, me sentía tan gorda y fea que la idea de que me viera desnuda me ponía enferma.

Sabía que si veía lo mal que me veía ahora, le daría asco y pediría el divorcio inmediatamente.